Me Too

Mitzy Ruiz 22 de Enero del 2018


Sigmond Freud, ha sido uno de los pensadores, psicólogos, analistas y filósofos más controversiales del siglo XX. Despertó la psique de los comportamientos humanos. La gran mayoría, impulsados por el libido y las represiones sexuales. Cada monstruo, agresor o psicópata conocido o motivado para al acto, tiene sus bases en no recibir una plena, libre y recta educación sexual.
Dentro de ese yo  egocéntrico, reside un ser encapsulado en sus deseos más siniestros, censurables o con vergüenza a la opinión pública. Otras personas, recurren a satisfacer esos deseos. Las herramientas, son variadas. Las amenazas, parecen ser siempre la mejor arma, con la cual, consiguen lo imperdonable.
El 2017, fue predicho como el siglo agorero. Veíamos las desgracias venir desde Hollywood. Se pensaba en el actual Presidente estadunidense, que siempre tuvo vínculo con las casas productoras y se codeó con los famosos. El llamado Donald Trump. Resulta que, para cerrar con broche de oro el año, nos cambian la jugada. Vino de Hollywood y fueron los chivatazos por acoso sexual.
Aparecieron los acusados en fila; varios de ellos idolatrados, heroicos y consagrados. Enjuiciados por las Silence Breakers. Comienzan a rodar las cabezas y derrumbarse la carrera de actores y productores de peso completo. Las trayectorias se entierran y son remplazados por “golpeadores de integridad”.
Hollywood ya no es lo que está al subir la “séptima escalera”. La fantasía y lo onírico no bastan. Existe un trasfondo lúgubre. Gritos lanzados por cadenas en redes sociales, donde se unen las palabras para formar el hashtag #MeToo, se vuelve la voz que elucida a las olvidadas. Optada hasta por las que desfilan siempre en “la alfombra roja”.
No cabe duda que, el sexo, es fuente para intercambiar “bienes y servicios”. Una moneda de cambio con valor representativo fuerte y siempre válido. Lo imperdonable, reside en que, productores de la talla de Harvey Weinstein, soliciten bajo amenazas e insinuaciones incómodas, responder sus exigencias de Sultán al acto sexual. La promesa en turno, aparecer en sus exitosas producciones o seguir siendo parte del equipo de rodaje (siendo hasta actriz).
Kevin Spacey, fue otro que pasó al tribunal a declarar. Tiene denuncias de hasta violar a un joven llamado Anthonny Rapp a los 14 años de edad. Ahora ya es un adulto. ¿Por qué demoró tanto dicho joven en difamar su historia? Solo él sabrá la respuesta. “Los quince minutos de fama”, alguna venganza planificada o hasta vencer el miedo al rechazo. Esta situación debe acabar.
Las parafilias y lo que suceda en el mundo de lo privado, son una cosa personal. No debe afectar a terceros; y una vez que sucede eso, mueren mis libertades. Más en un país, que siempre lo representan con águilas aladas y estrellas tintineantes. Muchos desean la fama y lo que acarrea con ella. Lo que no se vale, será que humillen al personaje en turno.
Y con estas historias, tendríamos material suficiente no para sátiras y programas de chismes. Sigmond Freud  lucraría con los casos clínicos. Podríamos nombrarla: “la caída de los poderosos a manos del matriarcado y feminismo machetero”.
Y con la soga hasta el cuello, esperemos se aplique la ley y revoquemos esta actitud de conquistador.

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